Dícese que muy a menudo los habitantes de esta calle escuchaban
en las horas de la noche un ruido como de algo grande arrastrándose
sobre el pavimento y como con cascabeles de serpiente. Nadie atinaba
a dar explicación a lo que oían, puesto que no tenían el valor suficiente
como para asomarse.
Cuando en 1608 el alcalde de la ciudad (Don Antonio de Viloria)
quiso vigilar en persona la calle, una noche por fin se pudo develar
el misterio. De repente, de la nada salió una enorme serpiente,
amenazante como ella sola: ojos fosforescentes, retorciéndose y
agitando ruidosamente los grandes cascabeles que llevaba en el rabo.
El alcalde, que no era un cualquiera enfrentando espantos, trazó
unas figuras mágicas en el aire y que había aprendido cuando estuvo
en la isla de Santo Domingo.
Dicho conjuro surtió efecto puesto que la tal culebrota se tornó
en lo que realmente era: una mujer común y corriente, una bruja.
Esta, viéndose perdida, le pidió perdón al alcalde, mas fue encarcelada
sin piedad. Presa estuvo hasta 1614 cuando La Inquisición la condenó
a doscientos azotes y al destierro definitivo.
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