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La ciudad en el XVIII
El nuevo Plan de Defensa
El siglo XVIII comenzará, pues, para Cartagena en una deplorable situación que se agravará con la suspensión definitiva de la flota de los galeones en 1740 y el ataque de Vernon en 1741, como consecuencia de la guerra que tuvo lugar entre Inglaterra y España por la supremacía en el Caribe.

Tras este último intento frustrado que termina con la derrota humillante de Vernon, quien vino al frente de la más grande armada que hasta entonces surcara los mares, la ciudad, sin embargo, quedó indefensa con sus fortalezas destruidas. Carlos III comienza entonces un nuevo plan de defensa que constituyó la etapa definitiva de las fortificaciones de Cartagena. En este período las construcciones militares de Cartagena alcanzan su máximo esplendor. Los más grandes ingenieros militares de la época llegan a la ciudad a encargarse de sus obras de defensa, merced a las cuales esta plaza queda completamente amurallada y prácticamente inexpugnable. Es preciso mencionar los nombres de los ingenieros Juan de Herrera y Sotomayor, Carlos Desnaux, Juan Bautista Mac – Evan, Ignacio de Sala, Lorenzo de Solís y Antonio de Arévalo, a quienes debe Cartagena las últimas obras militares construidas al final de su período colonial.

El período virreinal
A partir de 1740 y hasta finalizar el siglo XVIII, Cartagena se convirtió prácticamente en sede alterna de la capital del virreinato de la Nueva Granada, pues todos los virreyes residieron en esta ciudad durante largos períodos. Don Sebastián de Eslava, que vino a hacerse cargo de la defensa de la plaza en abril de 1740 cuando ya se cernía sobre ella la amenaza del ataque del almirante Vernon, nunca fue a Bogotá. Estos funcionarios ejercieron su mandato un poco más de veinte años, lo que significa que esta ciudad fue, efectivamente, la capital del Nuevo Reino en un lapso equivalente a casi la tercera parte del régimen virreinal.

Bajo este gobierno Cartagena vivió un período de progreso no sólo en lo político, sino también en lo comercial pues a pesar de la competencia de Santa Marta y, sobre todo del contrabando, Cartagena consolidó su preponderancia; y en lo social, su clase dirigente alcanzó un buen grado de cultura y refinamiento, obteniendo títulos nobiliarios tales como el condesado de Pestagua y los marquesados de Valdehoyos y Premio Real, que vinieron a sumarse al de Villalta ya existente de tiempo atrás.

Ninguna ciudad, pues, debió haber sido tan realista, ni tan partidaria del régimen colonial como Cartagena, del que derivaba tantos beneficios como el situado o subsidio reconocido explícitamente por la Corona, que se recibía de Quito y otras ciudades para el mantenimiento de sus tropas y defensas, y que llegó a constituir la tercera parte de sus recursos de tesorería. No obstante obnubilada por el ideal libertario inspirado en la Revolución Francesa, la ciudad sacrificó todas aquellas ventajas por la Patria, que, erróneamente, imaginó mejor bajo un nuevo régimen que no hizo sino sumirla en un estado de ruina y destrucción.

Entre los acontecimientos de importancia ocurridos en Cartagena durante el período virreinal se destacan, entre otros, la creación del Real Consulado de Comercio y la visita a la ciudad del Barón de Humboldt, acompañado del médico y naturalista francés Aimé Bonpland, en cumplimiento de un viaje de observación por la América equinoccial.

Dentro del espíritu renovador que había traído consigo el reinado de Carlos III, la corona española organizó una serie de expediciones científicas, (entre ellas la Expedición Botánica en la Nueva Granada) y de trabajos hidrográficos para elaborar sobre bases científicas exactas, un atlas marítimo con los descubrimientos de los conquistadores y navegantes del siglo XVI, y perfeccionar las cartas de navegación y los planos de los puertos de aquella época.

La Expedición Fidalgo
Uno des estos viajes de reconocimiento fue la llamada “Expedición Fidalgo” cuya misión fue la de elaborar planos, y determinar las coordenadas de todos los accidentes geográficos y poblaciones importantes, desde el Cabo de la Vela hasta el archipiélago de San Andrés y Providencia, incluida, como es natural, Cartagena de Indias. Fidalgo hace una descripción muy similar a la que, hacia mediados del siglo XVIII habían hecho Don Jorge Juan y Don Antonio de Ulloa. Dice que: “Se comunica la plaza con su arrabal Xiximaní por medio de puente de madera que tiene en la parte oriental; y el arrabal que es bastante capaz se halla sobre la otra isla de arena triangular que comunica a la tierra firme por dos puentes de madera con calzada intermedia y un puente levadizo aproximadamente en la medianía. La ciudad con su arrabal será como las de tercer orden de Europa y está murada a excepción del arrabal de Xiximaní en la parte que hace frente a la ciudad. La disposición interior es regular, pues sus calles son derechas, anchas y empedradas en la mayor parte: tiene tres plazas principales a saber: de Santo Toribio, Inquisición y Aduana: las casas están bien edificadas, siendo la mayor parte de cal y canto, y las restantes de ladrillos: las habitaciones o distribución interior es muy buena respecto al clima, y las más de las casas tienen un alto o piso principal, con entresuelos, siendo bajas las restantes. El aspecto de esta ciudad sería muy agradable especialmente vista desde el mar, si no fuera algo sombría por el color de las paredes ennegrecidas, en parte por mucha humedad, y ser sus balcones y rejas de madera pintadas de almagra, y cubiertas, casas y balcones con teja; usando la madera para dicho fin con preferencia al hierro por resistir más aquella que dicho metal a la intemperie, pues los vientos salitrosos y la humedad constante lo descostra y desmorona al cabo de algún tiempo”.

Según Fidalgo la población de la plaza y su arrabal era de 15.887 individuos de ambos sexos, criollos, españoles y castas de negros, mulatos y zambos. De ellos 1.371 eran blancos de ambos sexos y 1.718 esclavos negros y mulatos también de ambos sexos.

 



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