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Siglo XX:
Renacimiento
Primer Plan de Desarrollo
Urbano
Al iniciar el siglo XX la ciudad sigue dando muestras de recuperación
con el establecimiento de algunas industrias aunque de corta vida.
Con la celebración del centenario de la Independencia vienen
aires de renovación arquitectónica, expresado en un
lenguaje ecléctico conocido como “Republicano”
por haber surgido en los primeros años de la República.
La ciudad vieja comienza a expandirse hacia los barrios extramuros.
Cartagena, al ser uno de los puertos de la ruta del recién
abierto Canal de Panamá, se ve obligada a mejorar sus condiciones
sanitarias. En ese sentido las recomendaciones de la firma inglesa
Pearson and Son, contratada para elaborar el primer plan de desarrollo,
coinciden con la opinión ciudadana de que las murallas impiden
el saneamiento y desarrollo de la ciudad y por eso se permiten las
demoliciones de algunos de sus tramos hasta la década de 1920.
El vuelco definitivo ocurrió en la segunda mitad del siglo:
En 1951 el Canal del Dique rectificado, dragado y modernizado fue
dado nuevamente al servicio, restableciéndose así la
comunicación fluvial con el interior. Se construye un oleoducto
entre Barrancabermeja y Cartagena lo cual da origen a la instalación
de una refinería de petróleo y a una importante cadena
de industrias petroquímicas; la carretera Troncal de Occidente
que reemplazó el sueño frustrado del ferrocarril a Medellín
trajo una inyección de progreso desde esa próspera región
del país. La facilidad de las comunicaciones aéreas,
terrestres, marítimas y fluviales de nuestro puerto, sumadas
a la dotación de una adecuada infraestructura de servicios
públicos, a la belleza del paisaje y a las reliquias históricas
salvadas de la destrucción por causa paradójicamente
de la misma pobreza en que estuvo sumida la ciudad, trajeron consigo
el florecimiento de la industria turística, dándole
una nueva vida y convirtiéndola en uno de los destinos preferidos
de la cuenca del Caribe.
Conservación
y Restauración de la ciudad
Sus habitantes comienzan a tomar conciencia de la importancia de la
conservación del patrimonio histórico, cultural y arquitectónico.
La paciente restauración del Castillo de San Felipe de Barajas
iniciada por la Sociedad de Mejoras Públicas de Cartagena desde
1928 vendría a servir de ejemplo a las nuevas generaciones
de arquitectos y profesionales de la preservación.
La preocupación que inspiró las primeras leyes sobre
el patrimonio de Cartagena fue la conservación de las fortificaciones
de la época colonial, como consecuencia lógica de las
demoliciones que se ejecutaron desde finales del siglo XIX por razones
de la expansión urbana y el aumento del tráfico vehicular.
Las modificaciones de edificios existentes de arquitectura civil religiosa
y doméstica, así como las construcciones nuevas del
período republicano en el recinto amurallado, demuestran en
la práctica la libertad con que se intervenía todo aquello
que no fuera militar.
Una importante fase se inicia con una ley expedida en 1940, en la
cual se aplica por primera vez el concepto de Monumento Nacional a
una ciudad en Colombia. Ella ordena que “dentro del perímetro
amurallado de Cartagena nadie podrá realizar construcción
o variación alguna sin la previa aprobación y reglamentación
del gobierno”. A partir de entonces se suceden una serie de
normas y planes para ejercer el control de las intervenciones en el
centro histórico.
La actividad restauradora toma verdadero impulso en la década
de 1960. El Gobierno Nacional y el Municipal marcan la pauta rehabilitando
y acondicionando inmuebles para el funcionamiento de diversas dependencias
oficiales, institutos descentralizados y la propia Alcaldía
de Cartagena. El ejemplo fue seguido por entidades de carácter
privado que, a su vez, adquirieron valiosos inmuebles para el establecimiento
de sus sedes.
Ya en la década de los setentas, tras la restauración
de un viejo caserón en ruinas por parte de la, en ese entonces,
directora del Instituto Colombiano de Cultura, para utilizarlo como
residencia de vacaciones, se despierta el interés de familias
residentes en el interior del país por hacer lo mismo, dado
el encanto y la seguridad de la ciudad, cuando en el país se
sentían ya los primeros síntomas de la violencia que
hoy lo azota.
Esta actividad, hoy criticada por muchos, por considerar que desplaza
al habitante permanente corriendo el riesgo de convertir el centro
histórico en una ciudad fantasma, fue no obstante, en su momento,
una solución que salvó a muchos inmuebles de su desaparición
definitiva a falta de otros recursos y contribuyó, al embellecer
sus calles y plazas, a generar una importante corriente de turismo
cultural hacia la ciudad, que hoy disfruta de sus vacaciones en los
innumerables cafés, bares y restaurantes que ocupan muchos
locales también restaurados. Ello hizo posible el establecimiento
de dos hoteles de cadenas internacionales en sendos claustros del
siglo XVII, el de Santa Clara y Santa Teresa, y el acondicionamiento
de un buen número de casas para el funcionamiento de hostales
y residencias turísticas.
Nueva
forma de vivir
A partir de los 70´s surge una oferta de vivienda permanente
de nueva planta en el centro histórico dirigida al habitante
de clase media socioeconómica, construida en lotes que habían
quedado desocupados desde el período colonial en la periferia
interior del cordón amurallado. Esta vivienda, resuelta en
edificios multifamiliares de tres y cuatro pisos para no alterar el
contexto urbano en que se insertaban, tuvo una gran demanda (todavía
la sigue teniendo porque las reventas se hacen a precios muy favorables
para el vendedor) y contribuyó a revitalizar sectores abandonados
y de escasa valorización. Ya en un período más
reciente, en los años 80s y 90s del pasado siglo, fueron restaurados
y acondicionadas vetustas edificaciones de la primera mitad del siglo
XX, generalmente de estructuras de hormigón muy deterioradas
por la acción de la salinidad del ambiente, de las que se obtuvieron
una variada oferta de apartamentos dirigida, preferentemente, a familias
del interior del país para ser ocupados durante las vacaciones
o fines de semana, o, incluso, para arriendos temporales. Esta modalidad
ha contribuido a rescatar edificios que estaban en lamentable estado
de deterioro y representaban un alto riesgo para la integridad de
las familias de muy escasos recursos que los habitaban y aún
para los transeúntes que se aventuraban a caminar por las aceras
contiguas a ellos. |
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